En un bar, se reúnen dos mecatrónicos, un biólogo y una lingüista...
La mesa, escenario de lo aquí narrado. Vía @peterbrownbar. |
Estoy a
tres cuadras, ya son las 18:02h. Voy
tarde, voy tarde, voy tarde... Al entrevistado de ayer lo tuve esperando
casi una hora porque no llegaba el rrrecabrón del fotocamarógrafo; al parecer,
ahora seré yo quien llegue tarde. ¿Este
güey ya habrá llegado? Nomás con que no se le ocurra hacer lo mismo que ayer...
Espero que siquiera llegue antes de la
segunda entrevista, a las seis y media. Trá-fi-co, el tráfico de la zona
metropolitana de Guadalajara es a veces insufrible; una fresca y nublada tarde
de martes, 15 de mayo, cerca de Zona Centro, por ejemplo: in-su-fri-ble. La
calle del bar es de sentido contrario, el conductor amablemente me avisa que
tendrá que dar la vuelta hasta... No-no-nnn...
— Aquí
puede terminar el viaje, ¡gracias!
— ¿Segura?
— ¡Sí!
— ...
— ¡Linda
tarde!
Apenas se
levantan los seguros de las puertas, salgo del auto y muy probablemente el
conductor ni siquiera alcanza a escuchar mis buenos y sinceros deseos vespertinos.
Celular en mano, sin correr, pero a remedo de paso veloz, cuidando no hacer
quedar en ridículo el bonito vestido negro que llevo puesto y atenta para que
no se me vaya a caer o maltratar la cámara que nuestro fotógrafo estrella me
pidió que le cuidara —para evitarse él la fatiga de andar cargándola de
Guadalajara a Tlajomulco de Zúñiga ayer y de vuelta hoy—, encamino rápidamente
mis pasos al bar donde los potosinos ya nos esperan para realizar la
entrevista.
Por las
fotos que vi anteriormente, reconozco el bar. Son las 18:05h. Subo unos cuantos
escalones para acceder a una terraza que recorro de un vistazo y me doy cuenta
de que hay plantitas colgando por todas partes y de que prácticamente todo el
mobiliario es de madera (o al menos aparenta serlo)... Todo muy en la onda urban-cool-restaurant-bar, paredes de
ladrillos descubiertos incluidas. ¿Acaso vi algo de arte urbano en algún lugar
al entrar? Ah, y además es pet friendly...
♥ Busco a Luman y a Rodrigo
con la mirada, no los reconozco en ningún lado, ninguna de las caras que miro encajan
con los rasgos que recuerdo de las fotos que subimos al portal web del evento.
Llego hasta la barra sin dar con ellos, lo que sigue son unas escaleras a la
primera planta. ¡Dónde están?...
Regreso a
la barra. La primera persona que llama mi atención es un chavo que está sentado
a un extremo de la barra. No tiene un
trago, está solo, postura relajada, tez clara, cabello castaño claro, man
bun, aire hípster, en sus veintes,
interesante... Mi razonamiento me lleva a pensar que es un mesero. Aunque igual y no... Y a él me dirijo.
Son las 18:06h.
— No...
También los estamos esperando.
— Ahhh... Entonces,
creo que tú eres uno de los chicos a los que voy a entrevistar —je, je...
¡Encontré a uno de mis entrevistados! Ambos
sonreímos y, acto seguido, aparece mi otro entrevistado de las seis. Nos
presentamos. El chavo de la barra es Luman
Burr Capistrán, el que salió de no-sé-dónde es Rodrigo Molina Domínguez. Les explico que nuestro fotocamarógrafo
vive muy lejos, que hay un tráfico endemoniado, que tardará unos minutos más
—yo, en pleno acto de buena fe, confiando en sus últimos mensajes, en los que
me dice que ya está por llegar, que está a unas cuantas calles—. Los invito a
sentarnos, platicar y compartir unos tragos mientras esperamos al sonorense. Elegimos
una mesa frente a la barra, Rodrigo pide una cerveza oscura —¿Victoria?—, Luman
pide un ruso blanco, yo —malamente— no ordeno nada.
— ¿Un ruso
blanco? Como The Dude de The Big Lebowski,
¿no?
— ¿Eh? No…
No sé.
— The Big Lebowski, la película de los Coen. ¿La has
visto?
— No.
— ...
— ...
— ¿El ruso
blanco es vodka, café y leche?
— No. Según
yo, eso sería un Alfonso XIII.
Mis limitadísimos
conocimientos sobre coctelería (que debo a la curiosidad que en mí despertó la
bebida de The Dude y se reducen a saber que un ruso blanco es la mezcla de
licor de café, vodka y leche evaporada o leche), así como mi fallido tema de
conversación sobre los hermanos Coen y sus películas, suscitan un breve silencio
que aprovecho para replantearme cuál podría ser el curso de la conversación de
esta lingüista con estos dos mecatrónicos. Lááástima,
el siguiente punto habrían sido Cassidy y su acendrado odio por El gran
Lebowski. Pronto, sin darme cuenta,
estamos los tres enfrascados en una amena y fluida conversación sobre...
nosotros. No deja de preocuparme que, del diseñador-mercadólogo, ni sus luces;
aunque me tranquiliza un poco que a los chicos parece no importarles que aún no
llegue.
Mientras
ellos me cuentan que salieron en la madrugada, llegaron a Guadalajara como a
las nueve de la mañana y se la pasaron todo el día turisteando en la zona
histórica del centro, yo me doy ánimos a mí misma, me digo que no pasa nada,
que pronto comenzará la entrevista, que estoy preparada. Hace aproximadamente
una semana armé mis guiones para las entrevistas, investigué un par de cosas
sobre las impresionantes trayectorias de Rodrigo y Luman, también de mis otros
cinco entrevistados. Con esos datos en mente, les pregunto sobre sus
experiencias al participar en concursos nacionales e internacionales de
robótica, su pasión y compromiso con la divulgación científico-tecnológica, el
reciente primer lugar de la Feria Maker de Talent Land (donde además tuvieron
la oportunidad de conocer a David Cuartielles, quien les firmó el prototipo
beta del Golem)...
Todavía más
que del primer lugar en el Torneo Mexicano de Robótica 2016 en la categoría
SEK, me hablan del segundo
lugar en la Competencia Latinoamericana de Robótica 2016 (Recife,
Brasil), de lo cerca que estuvieron de obtener el primer lugar. Se ven uno al
otro, sonríen con resignación y se encojen de hombros, me confiesan que fueron
cuestiones técnicas de último minuto las que les arrebataron la victoria;
imprevistos que, a la luz de la experiencia, parecen ahora tan insignificantes.
Asimismo me cuentan en torno a su labor como asesores del primer lugar de la
categoría Soccer Lightweight del Torneo Mexicano de Robótica 2015 y del segundo
lugar en la competencia internacional RoboCup 2015
(Hefei, China). Para ellos todo va de la mano y forma parte de lo mismo:
docencia, emprendimiento y divulgación.
Yo respondo
sus preguntas, les cuento un poco acerca de mí. Diantres... I could use a little bit
of liquid courage right now, that's for sure! Soy
sinaloense, vivo en Jalisco desde hace como medio año, estudié Lengua y
Literatura Hispánicas, la escritura ficcional no se me da, sé inglés, francés e
italiano, trabajo como correctora y traductora independiente, soy
periodista-divulgadora científica en ciernes, colaboro en Sólo Es Ciencia y MasScience por
purititito amor al lenguaje y al conocimiento, también por eso soy voluntaria
de Pint of Science México, me apasionan la divulgación y el periodismo de
ciencia —conocerlos es una de las tres cosas que le agradezco a mi último
trabajo godín—, salí de mi rancho porque ahí ya había trabajado y aprendido en
todas las empresas (públicas y privadas) en las que me habría gustado colaborar,
tengo 28 años...
En este último
punto, ca-ba-lle-ro-sa-men-te, señalan que no aparento tener 28 años de edad,
sino menos. Los tres reímos. Y luego Luman, con actitud lúdica, muy probablemente
anticipando ya mi respuesta, pregunta:
— ¿Cuántos
años crees que tenemos nosotros?... ¿Cuántos años crees que tengo yo?
— Pues...
Yo diría que tienes unos 26 años. Él, ¿28?... Te ves como de mi edad —le digo a Rodrigo.
Según me
cuenta Luman, es un error sumamente frecuente, las personas hasta suelen pensar que
él es mayor que Rodrigo; incluidos algunos de sus alumnos u otros niños que
conoce durante talleres o conferencias, quienes en primeras interacciones lo
llaman señor. Luman, de 24 años de
edad, comenzó siendo alumno de Rodrigo, quien ahora tiene ya 30 años. El dúo
potosino se conoció en Intelirobot, escuela
de robótica para niños y adolescentes donde Luman terminaría siendo docente y
Rodrigo pasaría a ser director operativo. Las experiencias vividas en esa
institución, las problemáticas detectadas durante sus años de colaboración en
Intelirobot, eventualmente harían germinar en ellos la idea que evolucionó y
creció hasta convertirse en lo que hoy día es Robótica Golem y las soluciones que estos jóvenes
emprendedores
mexicanos ofrecen.
En eso
estamos cuando veo llegar a nuestro entrevistado de las 18:30h, Raúl Gómez Trejo Pérez. Levanto la mano
para atraer su atención y le sonrío, lo saludo cuando se acerca, lo invito a
sentarse con nosotros, le explico que estamos esperando a mi compañero de
audiovisual. Los presento y me presento de nuevo:
— Luman y
Rodrigo, mecatrónicos. Rául, biólogo. Yo, lingüista.
Los cuatro
parecemos igual de fascinados por las profesiones de los otros. El recién
llegado tapatío pide de beber lo mismo que Rodrigo. A partir de este momento,
limito al mínimo mis intervenciones, me dedico a poner atención, a tomar una
que otra nota, a disfrutar el encuentro. Mis entrevistados se autoentrevistan
entre ellos, se hacen preguntas, intercambian opiniones y comparten vivencias,
como quien se reúne en un bar con amigos para tomarse unos tragos de una bebida
espirituosa, ponerse al corriente y pasar un buen rato. A estas alturas, ¿a
quién le importa la espera o la hora?, ¿quién las recuerda? Además, ya quedó
asentado que el evento comienza hasta las 19:30h, nos lo dijo la codirectora al
pasar por nuestra mesa, antes de subir a la terraza de la primera planta.
Rodrigo, de
voz pastosa y varonil, hablar pausado, sonrisa apacible y discreta, mirada serena
y franca, tez morena, el chavo que tras incursionar por unos meses en la vida-jalisciense-de-empleado-de-oficina
decidió que eso no es lo suyo, saca de su mochila el Golem 2.0, el
prototipo beta de su primer producto como emprendedores. Lo pone cuidadosa y
cariñosamente sobre la mesa, con cautela lo somete al curioso escrutinio de
nuestras miradas y preguntas. Nos aclara que es apenas un prototipo, señala
algunas limitantes... pero de inmediato comienza a hablarnos de tooodo lo que
su hijito ya es capaz de hacer; incluso de su potencial, de lo prometedor que
es su futuro (con base en lo que actualmente ya hace) y de algunos planes para
mejora a corto plazo.
El brillo
en sus ojos cuando nos narra la historia de Robótica Golem, brillo que denota
el amor y la pasión por lo que hace, lo he visto antes, en otras personas que
he entrevistado, también en unos cuantos amigos o colegas. Por instantes como
estos es que vale la pena todo lo que implica hacer una entrevista: el tiempo
para la documentación, la minuciosidad para cuidar cada detalle, el armarme de
valor para dominar siquiera por unos momentos mi introversión. Nunca, como
durante esta autoentrevista, había sido tan consciente del placer que genera la
realización de una entrevista. Me temo que durante mis interacciones con
investigadores, como Jaime
Martínez, Carlos
Duarte y Emmanuel
Díaz, toda mi atención y toda mi energía las concentré en no
equivocarme. ¡Gracias, compañero, por no
ser puntual!
Ahora toca
el turno de Raúl, chilango —mexiqueño,
pues— por adopción desde hace varios años, nos habla sobre su labor como
biólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México: profesor, técnico de
campo, coordinador de un programa de conservación y también de una colección
viva de reptiles venenosos. Son varios y muy diferentes los roles que debe
desempeñar, pero, sin lugar a dudas, lo que más lo satisface de su profesión es
el trabajo en campo —en sus redes sociales documenta sus fantásticas aventuras
biológicas nacionales e internacionales a través de hermosas fotografías—:
salir a atrapar lagartijas, dragones de Komodo, serpientes, arácnidos,
insectos, pangolines y demás fascinantes animalitos. Y, por la emoción en el
tono de Luman cuando pregunta cómo hacerle para atrapar a los escurridizos gueckos, me da la impresión de que,
cuando niño, el mecatrónico solía pasar horas intentándolo en algún lugar de la
Huasteca Potosina.
— Con las
manos, sí. A veces, para los animales que son muy pequeños, uso hilo dental; así,
logro tener control y no los lastimo. Es pura práctica. Nosotros, mis
compañeros biólogos y yo, bromeamos, decimos que podemos estar en medio de una
conversación con alguien y de repente decirle «Espérame tantito...» y... —hace un rápido movimiento con la mano, como
si estuviera tomando del hombro de Luman alguno de los animales que usualmente
atrapa en campo... risas de todos al unísono.
— Oye, ¿y
con el Komodo? —pregunta Luman, y todos volvemos
a reír—...
— Nooo...
Con ese sí... No, ahí es entre varios. No hay de otra.
El rostro
del tapatío tiene rasgos de niño, sólo sus handlebar
and chin puff delatan su madurez. Es una de esas personas que sonríen con
todo su ser cuando lo hacen, sus amplias y cálidas sonrisas comienzan en su
boca pero contagian todo su rostro —y a quienes estén a su alrededor—; sus
ojos, redonditos y un poco rasgados hacia abajo, recuerdan a los de los dibujos
japoneses. Raúl habla muuuy rápido y hay momentos en los que creo que se va a
trabar, estoy casi segura de que en más de una ocasión enuncia dos o más
palabras juntas, tardo más yo en descifrar el mensaje de lo que dijo que él en
decirlo. Invariablemente, al terminar de hablar, sonríe o se queda mirando muy
atentamente a su interlocutor. Al verlo y escucharlo, me viene una palabra a la
mente: bonhomía.
Ahora bien,
si de gajes del oficio se trata, México no se lo pone nada fácil a nadie. Como
bien señala Rodrigo, México no es uno solo, hay muchos Méxicos allá afuera. Uno
de ellos es el de la desigualdad (que los
potosinos y el tapatío han visto de cerca), otro —en parte, consecuencia del
anterior— es el de la violencia, el narcotráfico y la
desvalorización de la vida humana (al que nadie se escapa). Rodrigo nos cuenta
sobre aquella ocasión cuando, mientras impartía una clase, un alumno le comentó
que afuera del aula había un sujeto armado que estaba esperando a alguien;
¿reacción?... Keep calm and...
pretender que no sucede nada. ¿Qué otra
cosa puedes hacer? Y bueno, eso de recolectar o rastrear animalitos en
medio de la nada implica aventurarse a entrar en territorios que bien podrían
ser custodiados por el crimen organizado.
— A pesar
de todo, las experiencias que tienen cuando están haciendo su trabajo deben ser
maravillosas. No sólo por el trabajo en sí, sino además por los lugares y las
personas que conocen —comento.
Como ese
chico de escasos recursos que Luman y Rodrigo conocieron en Intelirobot, un
programador brillante que ahora forma parte de su equipo en Robótica Golem. Los
potosinos advirtieron el talento innato que ese jovencito tiene para tirar
código, convencieron a los padres del chico de que no desistieran en la
educación de su hijo, le consiguieron una beca, le facilitaron una computadora.
El chavito ha sabido aprovecharlo. Por su parte, Raúl nos cuenta que, una vez
que las personas de una comunidad se acostumbran a su presencia y saben que
sólo es «el loco de las lagartijas», los mismos pobladores lo guían a nuevos
lugares donde puede encontrar los especímenes que busca o le enseñan nuevas
técnicas para atraparlos.
Otra de las
bellezas de trabajar en comunidades originarias o cerca de ellas consiste en el
mero hecho de entrar en contacto con sus idiomas. El biólogo nos comenta que, a
fuerza de inmersión y constante interacción, ha aprendido algunas palabras y
frases del náhuatl o el zapoteco o el mixteco, entre otras lenguas. Nos dice
que los saludos de algunas de estas comunidades se podrían traducir
literalmente a «Te veo que sigues vivo» y «¿Cómo va la cosecha?», nociones que
se entienden perfectamente una vez que has conocido cómo funciona una y otra
comunidad. Saber que alguien sigue vivo en medio de la selva es un alivio,
vaya: ¡qué bueno que no te ha comido un jaguar! Para otros, cuyo calendario se
guía primordialmente por el ciclo agrícola, es de suma importancia saber cómo
le va al vecino, pariente o conocido con su cosecha.
— A cada
lengua corresponde una visión del mundo —complementa
mi yo lingüista, parafraseando algo leído durante mi formación universitaria y
corroborando lo que, en tanto traductora, he aprendido.
En fin...
Charlando en torno a estos y otros temas, nos dan las 19:30h, mas nadie está al
pendiente de la hora. De ser por nosotros, me parece que continuaríamos durante
unas cuantas cervezas más, pero entonces baja una de las organizadoras del
evento y nos dice que ya está por comenzar la primera ponencia. Así pues, damos
por concluida la conversación, aunque más bien me quedo con la sensación de que
la dejamos como en pausa. Conversar con un biólogo trotamundos comprometido con causas
conservacionistas y aficionado tanto al aprendizaje de idiomas como a la
fotografía, además de los dos mecatrónicos emprendedores que están trabajando —nada
más y nada menos que— para democratizar la robótica educativa en México. ¡Vaya experiencia! Del
chavo de audiovisual, ya nadie dice nada.
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