«Árboles petrificados» - Amparo Dávila
Hay amores que marcan un antes y un después,
que hacen que el pasado se desvanezca y pierda sentido, que hacen que sólo
tengan validez esos «momentos tan honda y confusamente vividos dentro de
nosotros mismos»; amores que se buscan «a tientas desde el otro lado
del mundo», presintiéndose «en la soledad y en el sueño»; mismos
que al finalmente reconocerse «a través del cuerpo», son
«sorprendidos por una verdad que sin saberlo» conocían. De esos
amores, de uno en particular, nos habla la narradora en primera persona de este
cuento de Amparo Dávila.
En una noche como aquella cuando amó «apresurada y
clandestinamente» a quien la hiciera sentir completa y detuviera
eternamente el breve tiempo del encuentro, la narradora recrea en su mente esa «pasión que está más allá de las palabras y las lágrimas». En ese
momento, mientras revive por enésima vez lo sucedido, llega él, «siempre
tan torpe»; él, que no es el mismo de sus recuerdos, que es otro,
uno que ni aun con su constante presencia logra eliminar de la memoria esa
única noche de amor cuyos detalles han quedado para siempre grabados en su
mente, que estarán siempre ahí acompañándola en las «tardes lluviosas en
que el tedio pesa enormemente».
«Los árboles que nos rodean están petrificados. Tal vez
ya estamos muertos... tal vez estamos más allá de nuestro cuerpo...»,
concluye el personaje desde cuya perspectiva nos presenta Dávila esta historia
donde el verdadero protagonista es ese amor materializado en contacto físico,
un amor clandestino petrificado, inmortalizado, por y en la memoria, donde
permanece para ser recreado una y otra vez, con cada nuevo
acto de evocación, con cada sueño que a partir de él surge, siendo así
completado, descifrado.
Al leer las escasas tres páginas que constituyen esta
narración, este fluido soliloquio, no resulta sorprendente que Dávila, además de
cuentista, también haya sido poeta: la hermosa prosa delata la esencia lírica de
la autora. El ir y venir no únicamente se da entre aquella noche de amor y la
presente noche de hastío y melancolía, sino además entre pasajes narrativos y
sentencias meramente poéticas. Y, de hecho, la misma situación planteada es
poética, de tan cotidiana y compleja a la vez.
Somos dos náufragos tirados en la misma playa, con tanta
prisa o ninguna como el que sabe que tiene la eternidad para mirarse. Nada que
no sea nosotros mismos importa ahora, sorprendidos por una verdad que sin
saberlo conocíamos. Nos hemos buscado a tientas desde el otro lado del mundo,
presintiéndonos en la soledad y el sueño. Aquí estamos. Reconociéndonos a
través del cuerpo. [...] y me ciño de nuevo a tu cuerpo como
si me afianzara a la vida. La desesperanza florece en una pasión que está más
allá de las palabras y las lágrimas. [...] No logro entender
que te has ido y que estoy de nuevo sola. [...] Tiemblo de
pies a cabeza y comienzo de pronto a sentir miedo, miedo de que mañana, hoy,
todo se desvanezca o termine como niebla que la luz deshace. Vivimos una noche
que no nos pertenece, hemos robado manzanas y nos persiguen. Quiero verme el
rostro en el espejo, saber cómo soy ahora, después de esta noche... [...] Sé
que los dos estamos huyendo de este momento o de las palabras directas, de una
emoción que nos aturde y nos ciega como una luz incandescente. [...] Ese
pasado antes de ti que ahora se desvanece y pierde todo sentido. Sólo tienen
validez estos momentos tan honda y confusamente vividos dentro de nosotros
mismos. [...] Quisiera vivir este mismo instante mañana, en un
día abierto para nosotros. [...] Quisiera conocer contigo el
mundo, quisiera entrar contigo en el sueño y despertar siempre a tu lado. Te
miro fijamente, quiero aprenderte bien para cuando sólo quede tu recuerdo y
tenga que descifrar lo que no me dices ahora. Una parte de mi vida, estos
minutos, se van contigo. No sé decir las cosas que siento. Tal vez algún día te
las escriba sentada frente a otra ventana. No sé tampoco hasta dónde soy feliz.
Cada despedida es un estarse desangrando, un dolor que no asesina lentamente.
Estamos llenos de palabras y sentimientos, de un silencio que nos confina en
nosotros mismos. Tal vez esta habitación nos queda demasiado grande o demasiado
estrecha y por eso no sabemos qué hacer con nuestros cuerpos y las
palabras. [...] Después vendrá la tarde vacía como esas cuando
no estás conmigo, cuando nos separamos y nos falta la mitad del cuerpo... [...] ...
sólo importa llegar, me has estado esperando a través de los días y los años, a
pesar de la dicha y la desdicha, por eso tan cierto nuestro encuentro, no hay
otra manera de decirlo. [...] La noche ha caído sobre nosotros
como una profecía largo tiempo esperada. [...] El tiempo ha
dejado de ser una angustia. [...] Estamos unidos por las manos
y por los ojos, por todo lo que somos hoy y hemos logrado rescatar de la rutina
de los días iguales. Aquí sentados hemos estado siempre, aquí seguiremos sin
despedidas ni distancias en un continuo revivir. [...] No
hables ahora, guárdame en tus manos. Conserva la moneda, tu rostro y el mío,
para tardes lluviosas en que el tedio pesa enormemente. Todo sentimiento aparte
de nosotros se ha borrado. [...] Se anudan las palabras en la
garganta, son demasiado usadas para decirlas. Me afianzo a tus manos y a tus
ojos. Es tan claro el silencio que nuestra sangre se escucha. [...] Tal
vez ya estamos muertos... tal vez estamos más allá de nuestro cuerpo...
Cuentos reunidos, Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 243-246.
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