El Universo en una taza de café - Jordi Pereyra


El tono y el estilo de la introducción o premisa («Las luces del cielo») estuvieron a punto de hacerme cerrar el libro definitivamente, por temor a que fueran constantes a lo largo de toda la obra:

Estás tranquilamente sentado en el suelo polvoriento de tu cueva, junto al fuego, satisfecho. Eres un ser humano adulto, has superado con creces los pocos años de vida que se esperaba que vivieras y en tu estómago descansan los restos que quedaban de ese conejo que tanto te costó atrapar ayer. A lo mejor no has recuperado todas las calorías que gastaste para cazarlo pero ¡qué diablos!, el sabor lo compensa todo desde que descubriste el refinado toque que le dan a la carne esas ramitas con hojas puntiagudas que crecen entre los matorrales. Eres todo un proto gourmet. (64-68)

Y Jordi-Pereyra-autor-del-blog-Ciencia-de-Sofá tiene un sentido del humor un tanto simplón que no a cualquiera le cae en gracia; pero debo admitir que más de una vez me hizo sonreír (por lo insufrible de las bromas, que a veces llegan a ser buenas, de tan malas que son). Una que otra vez divaga demasiado al abordar detalles que no son sustanciales y en más de una ocasión me quedé con la idea de que ni él mismo entendía muy bien algún complejo tema que intentaba explicar; bueno, ciertamente el no entender, a pesar de haber leído y releído, puede ser cosa mía.

En cuanto a forma, puedo decir que la estructuración dentro de los capítulos no es homogénea, pues de repente surgen elementos o recursos de la nada, para luego desaparecer y reaparecer a voluntad. Además, la corrección de estilo deja un poquitín que desear: hay repetitivos errorcillos enfadosos que distraen durante la lectura (a mí me pasó esto). Por otro lado, Jordi es español y utiliza una gran cantidad de frases o referencias culturales que resultarán extrañas para el lector de este lado del Atlántico, quizá a más de uno incluso le molesten (probablemente a los mismos que reniegan de las traducciones «castellanas»); aunque ni las frases ni las referencias son incomprensibles, pues el contexto suele ser esclarecedor (y mi yo lingüista cree que proporcionan un toque encantador).

Ahora bien, no obstante todo lo anterior, considero que ésta es una buena obra de divulgación científica. Los temas y subtemas del libro, en general, están bien cohesionados. La curiosa e intransigente Voz Cursiva es un elemento gracioso y oportuno; incluso la eché de menos un par de veces. Las ilustraciones son de gran ayuda para terminar de comprender o comprender mejor algunos conceptos o pasajes. Casi la totalidad de las explicaciones me parecieron claras y considero justificadas casi todas las veces que Jordi profundizó en un tema principal o secundario determinado. Y amé la «filosofía» del autor:

Pensabais que habíais comprado un libro de historia de la astronomía con algunas curiosidades y que no habría que asimilar conceptos científicos, ¿eh? Que iba a usar la palabra equinoccio y quedarme tan tranquilo, ¿EH? Pues no, porque precisamente esa manera de tratar las cosas es la que ha llevado a la cultura general a la situación de «Me suena, pero no te sabría decir exactamente» en la que está ahora. (270-273)

Particularmente en el marco de esta obra, la importancia de la postura que asume el joven ingeniero en Mecánica —y el motivo por el cual la amé— radica en el sencillo y hermoso hecho de que: «Analizando las relaciones entre los fenómenos naturales, podríamos encontrar los principios básicos que rigen el mundo» (827-828); pero para ser capaces de analizar dichas relaciones, obviamente, primero es necesario que tengamos siquiera una noción clara y correcta de cada uno de los conceptos básicos que intervienen en los diferentes fenómenos abordados en el libro de Pereyra: los cambios de estación, el movimiento de precesión, las constelaciones, el geocentrismo y el heliocentrismo, la gravedad, la velocidad de la luz, por mencionar sólo algunos.

El gran tema, por supuesto, es la historia de la astronomía: desde la prehistoria y la Antigüedad hasta llegar a Albert Einstein, para luego pasar a explicar qué científicos y qué tecnologías nos permiten actualmente «observar lo invisible» de esa inmensidad que llamamos Universo; y uno que otro chismecillo de la comunidad astronómica se cuela en la narración, claro. Al final, nos dice Jordi: «todavía nos quedan muchas preguntas por responder, pero eso es precisamente lo emocionante. Y, más aún, en una época en la que cualquiera tiene a su disposición más información sobre el cielo en su móvil o su ordenador que cualquiera de los astrónomos que han desentrañado los misterios del universo a lo largo de la historia» (4278-4281).

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